miércoles, 30 de julio de 2014

Poema del libro Palabras que aún brotaban



Sólo rastros
Un ave perdió unas plumas
y huellas hubo en el pasto
han venido a visitarme
y ambos dejaron sus rastros. 


Las plumas son de un hornero 

por su tamaño y color
y allá en un poste lo veo
mirando a su alrededor. 


Las huellas parecen ser
de un cuadrúpedo nomás
alguien que estuvo comiendo 

yuyos verdes por acá. 

Y allá diviso una oveja.
¡Vení que te quiero ver!
Traeme tu compañía
que dueño debes tener. 


Si veo un poste, alambrado 

es seguro debe estar
y me dirijo al hornero
que al yerme empezó a volar. 


Pero llegué al alambrado
y a la ruta pude hallar
un ómnibus y un gentío
alcancé a divisar. 


Y fue entonces que tomé
conciencia de situación.
¡Si yo venía viajando
cuando el ómnibus volcó!
Hasta recordé asistir
a ese chico que lloró
y paré una camioneta
que al hospital lo llevó. 


De pronto tomé conciencia 

de mi nueva situación:
fui víctima en el accidente 

del ómnibus que volcó. 

Mi cartera y mi valija 

deben estar dentro de él 
y la cartera contiene 
mis documentos también. 

Y dirigí mi camino 

con tacos altos y angustia 
al lugar del accidente 
donde ya había ayuda. 

Por suerte el rodado estaba 

ya levantado del suelo 
y en cuatro ruedas mostraba 
que todavía estaba entero. 

Un señor se adelantó
y me preguntó al momento
¿usted es la médica que envió
a un niño que venía adentro? 


Sí, le dije, yo lo envié 

al hospital de Tandil 
dentro de una camioneta 
que pasaba por aquí.
La gente era del pueblo
muy dispuestos a ayudar 

y el niño estaba en un grito 
la ambulancia iba a tardar. 

Gracias doctora, me dijo, 

entonces voy para allá.
¿No quiere que la traslade 

a Tandil o algún lugar? 

No, gracias, tengo que estar 

mañana en la Capital
yo me quedaré esperando, 

auxilio deben mandar. 

Y al instante recordé
lo que me pasó al volcar 

justo estaba en un asiento 
del lado de aterrizar. 

Se me cayeron valijas
personas y un peso tal
que me aplastaron el tórax 

y no podía respirar. 

El pasajero que estaba
en el lado del pasillo
del asiento que ocupara 

al momento que describo. 

Estaba aplastándome
asfixiándome por cierto

y alcancé a susurrarle 
no tengo aire, yo me muero. 
Y él entonces procedió 
como lo hace un caballero 
no haciendo caso de vidrios 
que lastimaran sus dedos. 

Alcanzó a apoyar sus manos 

en la base contra el suelo 
y actuando como palanca 
levantó el peso hacia el cielo. 

Y fue así que respiré 

fue él quien salvó mi vida 
yo ni sé cómo se llama 
pero agradezco su hombría. 

Además logré mirarlo 

siempre lo recordaré 
él también salvó su vida 
aplastado también fue. 

Pero creo que al momento 

que consiguió liberarnos 
había tantos a auxiliar 
que olvidamos presentarnos. 

Hoy lo recuerdo en mis versos 

¡Muchas gracias gentil hombre! 
Dios sabe que me salvaste
aunque yo no sé tu nombre.
  

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